La India 20 oct – 3 noviembre
Colores y esencias que tanto imaginé.
Vuelo Katmandú-Goa con escala en Mumbai.
Tres playas cálidas y tres esencias: Bogmalo, donde la vida se respira local y tranquila. Palolem, bulle de turismo constante, donde todo se expone mientras guarda alguna calle sigilosa. La playa de Agonda, la más extensa de Goa, culmina en su límite izquierdo con bloques de piedra color ocre, pulida y redondeada, dibujando atractivas formas que llaman a trepar, el paisaje se funde con el atardecer.
En Goa es divertido ser turista entre los propios turistas indios, es su destino de recreo.
La multitud del país se palpa en trenes sin plazas y autobuses abarrotados, largas horas de pie entre bamboleos de autobús hacia el estado de Karnataka, entretenida entre la belleza de los saris, la tez tostada de las indias y el blanco de sus ojos. Curioseaban si habría pagado el billete de viaje, entonces aprendí que ellas están exentas de pagar el autobús.
La curiosidad de los locales se muestra en sus miradas, sonríen y preguntan, somos su llamada de atención. Me pregunto si ellas imaginan que son mi gran contemplación y admiración.
Desembarcamos en Hampi, un paraíso salvaje y monumental, viven con lo esencial, entre vegetación y gran diversidad faunística. Los monos son los reyes del mambo, son apacibles con mano larga, vagan por cualquier rincón dentro y fuera de los pueblos.
Cada noche despierta la orquesta de la jungla tras el atardecer.
Cada noche despierta la orquesta de la jungla tras el atardecer.
Los berrocales del paisaje contrastan entre cielo azul y un mar verde de arrozales, cocoteros y plataneras. La multitud de garzas, vacas y cabras entran en los ya recolectados campos de arroz para recuperar la tierra, la naturaleza se fusiona con la práctica nómada para lograr el equilibrio. El lugar demuestra que los procesos requieren de tiempo y dedicación.
Un país donde su gente vive la vida como un privilegio, más allá del concepto de religión cargado de rituales y símbolos, hay una consciencia profunda por la vida: antes de la salida del sol, así como una reverencia al día, las mujeres en el estado de Karnataka preparan con delicadeza la entrada de las casas, dibujando sobre la tierra con harina de arroz el «Rangoli», un arte que se transmite entre generaciones, al anochecer quedará desdibujado por el trasiego, como un poema que se va liberando a lo largo del día, pura belleza efímera. Antes de servir el primer Chai Masala de la mañana ofrecen un cuenquito en el altar, junto con los frutos de la tierra. Las flores de un amarillo anaranjado, originarias de México, adornan los altares, el pelo de las mujeres y vehículos. El arte de detenerse ante la inercia y dedicar tiempo como gratitud a la vida, independientemente de cualquier ideología.
Las delicias de Hampi las degustamos en la aldea de Sanapur, un humilde restaurante local «Devi Sri devi tiffen center», regentado por una familia que nos mimó hasta hacernos sentir como en casa, cada día volvíamos por inercia. Producen su propia leche con la que elaboran un paneer (queso indio) que aún sigo saboreando.
Un viaje para seguir soñando navegar entre arrozales y dibujar cada amanecer sobre la misma tierra que caminamos.
Virginia Iglesias